jueves, 9 de enero de 2020

Osea , como que se acabo el año


El nuevo Yamil

















Peñalara 01/01/2020

 




Probando la cosecha del Hawkito







 


na de nieve en COtos


 

Charcas de Chagarcia






















La gran Cecilia

Pues dio 31 de diciembre de 2019, Chagarcia Medianero, más de 18 grados, la Covatilla sin nieve, Peñalara sin nieve, en fin nos hemos cargado el mundo si o si...

 Busco la poca cobertura que hay en una parcela, con un hoyo al lado porque me cago cada 5 minutos, lo único bueno que el niño ya estreno la bici grande que le compre hace un par de años, y va como un tiro...

Un discazo, ha salido homenaje a Sabina, y eso que cantan cada tolai, Alejandro sanz, Melendi, pero bueno, hablando de música, gira de despedida como no después de anuncia que se deshace la banda, todas las entradas vendidas en 24 horas, el negocio es el negocio, pillamos 5 entras para 20 ya veremos cómo lo hacemos, y gira de despedida de Barón iremos todavía no hemos pillado entradas.

Fue el cumple del Riki subimos a Bece, nos invitó a una suculenta comida como siempre, y como siempre está muy nervioso cocinando para los amigos es demasiado perfeccionista que conjuga mal para esa ansiedad y tensión que tiene siempre, pero lo pasamos muy bien, como el del año pasado el guía de montaña que repite y se iba a pasar con un grupo de montaña la noche vieja a Goriz, que envidia, eso si cada vez subimos menos personas al cumple.

Nos invitó a pasar la noche vieja Raúl, el primo de Ana a su pueblo y organizar algo en noche vieja, pero ya ves con tan poco tiempo… una pena penita pena, en fin. Por cierto me llamo Raúl el primo del BB, porque se había pegado una leche el Insu y no sabían si era accidente de trabajo o no, pobrecillo, ni le han operado ni nada con el hueso roto.

Fíjate que todavía no estrene mi saco nuevo, que para estrenarlo se lo he tenido que prestar a Jose luis uno, que viene a los Gauchos que se iba al Toubkal.. En fin que pena. Tampoco he estrenada ni los piolos, ni los crampis ni el arnés… que desastre.

Un año un poco raro se ha ido, hasta octubre tuvimos desde abril una buena media de escapadas y salidas, pero después na de na, poca leche, muchos proyectos ningún logro destacado, ni escalda en pared ni na de nieve, ni nada de bici...

Bueno el otro dio volvió la guerra civil a nuestra vida... hicimos de nuevo la vía verde del Tajuña cogimos la mañana del martes el Dani y yo al principio y va a ser ir a hacer la Gandalf a Peñalara pero como no había nada de nieve decidimos hacer algo de bici que como hacía tiempo que no la cogíamos pues para coger un poco de forma física, que estamos hechos una desgracia, pues elegimos la vía verde... por hacer algo, la verdad que la están apañando con poner a la vista estos recuerdos de la Guerra, para darla más atractivo.

El Melchor ya volvió de la luna de miel estuvimos tomando unas cervezas con él y nos conto que de maravilla, por Punta Cana...

En noche buena estuvimos primero en los gauchos, luego salimos para el aula en Vicalvaro allí estuvimos con Pedro, David, el de la pisci y él de pueblo de Ana con Javi que nos presentó por fin a su novia, que cabron llevaban 3 años con ella, y Raúl que vino a pasar la noche buena con sus padres, pasamos una buena tarde ya te digo y volvimos a soñar con hacer la ruta de los URALES en moto, el David, el Raúl, Pedro y yo... en fin, por soñar, que no quede.

También nos conto Raúl que Yamil es otro que si le vemos no le conocemos es Yamil 2.0, que el detectaron en una analítica que tenía problemas de tiroides oye una pastilla diaria y no veas tú, como corre, para todos lados que rápido escala esta hecho una machine... estuvo el Raúl con él en el puente de diciembre en San Bartolo.

La machine que es la hostia, son las gafas de 3d, o de realidad virtual o lo que quieras llamarlo, se pone el móvil dentro y flipas, estuvimos el otro día en la casa del Kiko el Chosi y yo viendo el Madrid Barca, no se la de años que hacía que no quedábamos para el futbol y luego nos pusimos un rato el chaturbate, que en esa tele de 50 pulgadas, las pollas son acojonantemente grandes y parecen que te van a asaltar un ojo, peo es que luego con las gafas esas las pelis porno flipas flipas que cosas inventan. Algo bueno tiene que tener la tecnología.

Ahora ya no es lo mismo, esto de ir a escalar, ni hacer cumbres nevadas, antes parecía que éramos unos iluminados que habían encontrado el camino para ser feliz y éramos unos pocos ahora es un parque de atracciones, inmaterial de la humanidad, ahora es muy material se mueve dinero de cojones.  

La guerra civil, todavía tiene sus consecuencias y nos toca de cerca.

El primo de Carlitos era hijo de una de las nietas de los Martínez Campos, es decir, el hermano de su abuelo se vino a Madrid desde el pueblo se hecho de novia a una de la de la estirpe de alta cuna y tuvieron un hijo, que cuando los padres de la madre se enteraron del tema la cogieron a ella y se la llevaron lejos, y luego un dio el padre se levo al hijo al pueblo y tiempo después llego un coche que cogió al hijo y se le llevo muy lejos un dio de mayor renegaron de el o el de ellos y le cuenta a Carlitos que él se crió con tres personas que le cuidaban con chofer, etc... Pero que renegó de todo eso...
La suegra del presidente de la asociación a la que voy con el Kiko era de alta alcurnia, se enamoro de un rojo y tuvo una hija la muer del Jose Luis el presidente, como los padres no la querían se escaparan a Francia pero estando allí, el la familia de ella la repudio pero ella se cabreo con el novio y claro cómo eran rojos ni se casaron ni nada ti tiene libro de familia ni papeles ni nada de nada... y ella se volvió a Madrid con su hija renegada y odiando a los hombres, así tiene a este pobre. 

Mi bisabuela, la madre de mi abuelo Severino que... Su marido se fue va Argentina y no volvió... allí tuvo otra familiar y ella se vistió de negro y tuvo que trabajar de molinera, y se emborrachaba todos los días, le guardo luto hasta que un día, no sabe cómo, se enteraron que se había muerto el marido, se quitó el luto se fue al cines y se bebió una botella de orujo y así todos sus días hasta que murió con mas de 100 años...
Mi abuela todavía nos cuenta todos los días que vamos a verla que de pequeña salió de Usera por la carretera huyendo hacia Murcia y en las cunetas se iba a encontrando cantidad de cadáveres.

 Mi abuelo Domingo luchó en la guerra, tócate los cojones, él era de derechas combatió en el lado de los rojos, lógicamente se convirtió, y después de la batalla del Ebro, tuvo que emigrar a Francia a los campamentos de refugiados las paso canutas, le pegaron varios tiros y no volvió a ser el mismo. 

Pues la guerra valió para que los ricos sean más ricos y los pobres más pobres, igual que esta crisis que se han triplicado el número de multimillonario en España y esta apuntó desaparecer la clase media baja convirtiendo en pobres todo lo que toca...

En los pueblos sí que saben de la vida en la ciudad sabemos cosas raras...
Saben que un cordero es bueno para comer con 5 meses y habiendo bebido 3 litros de leche al día, saben que los tostones cuando les crece el pelo un poco ya no valen para asarlos... 

Pero los que más saben de la vida son los montaraces lo saben todo por donde viven los jabalíes que plantas nacen en cada zona...

Pues eso y encima al final son siempre ellos los que acaban las conversaciones, pero no con una palabra última sino un refrán lapidario... Si es que al final voy a dejar de ser de los Kikes y hacerme de los migueles de Delibes y Hernández y porque no de Unamuno, San Manuel bueno...

Me levanté en el pueblo después de tener algunas ensoñaciones, raramente nada sexuales, como una en la que estamos en Becedas esta escalando la cascada Cecilia Buil, una puta crack de la aventura y de la escalada en Hielo, a nivel mundial, pero de chicas y chicos… que la aseguraba el gran Corsus alpino y justo cuando le iba a caer un gran bloque de hielo aparezco y le doy con el piolet al bloque desviándose lo y quitándoselo de encima… y cosas de esas... cosas que se que nunca pasaran.

Me llegó el importe de la domiciliado de la federación me ha dejado la cuenta a cero... vaya rabia, el ultimo año que me federo a ver si les doy un parte por lo de la mano y listo... porque al final como el Dani se ha distanciado de estas, ni club de montaña ni leches...

La verdad, que me da una pereza de cojones hoy, me pensé ir a hacer cumbre en el Peñalara con los piolet nuevos, a hacer alguna tontería pero me da tanta pereza, y además, si no hay nieve...

El alpinismo patrimonio inmaterial de la humanidad, tócate los huevos, y la escalada olímpica, es decir que el capitalismos ha visto un filón en esto, como dice Pablo Batalla, se están tergiversando valores, ahora es competición, velocidad, una puta pena, esto.

El capitalismo está convirtiendo el montañismo en una correa de transmisión de sus valores»

Pablo Batalla presenta hoy en Gijón «La virtud en la montaña» (Ediciones Trea), un ensayo en el que se plantea una nueva forma de concebir el monte, pero también la vida
semilla fue una constatación que yo fui adquiriendo en vista de lo que estaba sucediendo en mi entorno, que era que los clubes de montaña estaban decayendo completamente, con cada vez menos integrantes, miembros más mayores, más dificultades para garantizar el relevo generacional y, sin embargo, al mismo tiempo había un mundo de carreras de montaña, ultramaratones, trails que estaban en un auge tremendo, doblando inscripciones cada año, dejando gente fuera, teniendo que organizar sorteos para organizar plazas entre un número gigantesco de personas que querían participar… yo veía eso como un cambio de paradigma, no solo del montañismo, sino también relacionado con uno más general, social.

 -¿Qué tipo de cambio es ese?

  La crisis de lo colectivo, de cualquier idea de colectividad, fraternidad y su sustitución por formas de subjetivarse y comportarse que tienen que ver con el capitalismo neoliberal y este individualismo competitivo que nos hacen practicar en todos los órdenes de la vida.

-¿Se está convirtiendo el montañismo en un negocio y una competición, perdiendo su esencia de disfrute y observación?
 En gran parte sí. El capitalismo coloniza todos los órdenes de la vida y la sociedad. También lo está haciendo, para convertirlo en un negocio, con el montañismo. Las carreras de montaña las utilizan desde las compañías hidroeléctricas hasta los fabricantes de material de montaña para publicitarse. Pero más que en un negocio, que también, el capitalismo está convirtiendo el montañismo, a través de estas maneras de practicarlo en una correa de transmisión de sus valores, tales como el individualismo, la competición y el consumo.

-¿A qué se refieren esos términos «lento», «ilustrado» y «anticapitalista» asociados a la montaña que se plantean en la obra?.

 Lo de lento viene de que una de las características de estos tiempos que corren es una aceleración brutal de todo. Se quiere que seamos cada vez más apresurados, veloces y eficientes en todo lo que hacemos, algo que se traslada también al montañismo. Subir y bajar una montaña en el menor tiempo posible. Frente a eso yo reivindico un montañismo que tiene detrás una tradición larguísima de dos siglos y medio y que buscaba justamente lo contrario, frente a la vorágine de la vida cotidiana buscar en el montañismo un espacio para sentirte relajado, caminar tranquilamente, reflexionar, gozar de las posibilidades estéticas que el montañismo ofrece, de la comida…
-¿De la comida?

  Si. Hay todo un mundo de comida rápida que se traslada también al montañismo. Geles, pastillas, gominolas ultraproteicas que te dan un aporte inmediato de nutrientes, pero que no disfrutas, como antes sí hacías cuando estabas en una cumbre y comías tranquilamente tu tortilla o los filetes que hubieras llevado.

-¿Y cómo se conceptualiza ese montañismo «ilustrado» y «anticapitalista»?
 Ilustrado porque yo reivindico ese montañismo que conozca la tradición de dos siglos y medio de personas que buscaron en el monte un lugar para el aprendizaje, la reflexión e incluso la adquisición de una conciencia política. Pongo como ejemplo a John Ruskin, el gran crítico de arte de la era Victoriana, que era un hombre con una cultura amplísima. Le gustaban mucho los Alpes y allí le llamó la atención, como consignó en sus escritos, la miseria de los campesinos suizos, mal alimentados y afectados de bocio. Él era un humanista, socialista y cristiano que plasmó esa situación en sus escritos. Cuando uno camina tranquilamente y atento a todo lo que hay en la montaña no pierde de vista nada de lo que hay en ella. Cuando uno va corriendo solamente se fija en la letanía del objetivo, de la meta y no repara en nada más. Lo de anticapitalista es por lo que mencionábamos anteriormente, porque los valores del capitalismo son perversos, están acabando con el mundo y también con el montañismo. Yo reivindico que luchen contra estos valores en lugar de asimilarlos.

-¿Qué encontrará en el libro el lector?
 Fundamentalmente el ir por la montaña y por la vida en general con los ojos abiertos y sin prisa. Yo también hablo de como el mundo contemporáneo nos está haciendo perder la atención, el cuidado y el hacer las cosas con cariño y paciencia. El mensaje es luchar por un montañismo distinto, pero también por una forma de vivir distinta en nuestra sociedad, que recupere la fraternidad, el cuidado, el valor de las humanidades, del aprendizaje, que lea, que busque y mire. Una vida sin prisas, para uno mismo y para los demás.

 -¿Cómo se inició en este mundo?
 Me inició mi padre, que era muy aficionado. Ahora va menos de monte, pero siempre le gustó llevarme desde que yo tenía cinco años a las excursiones que él hacía. Además, después fui a un colegio público en el que tuve uno de esos profesores que ya no existen, porque ya nadie quiere adquirir ese compromiso y responsabilidad. Ese maestro nos llevaba muchísimo de monte, de acampada, nos ponía a escalar… además organizaba las excursiones de manera muy amena, ya que él hacía el recorrido que iba a desarrollar con nosotros una semana antes e iba dejando mensajes en botecitos de carrete fotográfico, y cuando nosotros veíamos una señal, una cruz, sabíamos que teníamos que ponernos a buscar. Cuando encontrábamos ese carrete era una alegría inmensa, porque además el mensaje que contenía siempre era algo interesante, un acertijo o una información útil sobre lo que estábamos viendo. Ese es el montañismo de pararse, ver y reflexionar que yo reivindico.

-¿Qué recomienda a alguien que quiera iniciarse en el mundo de la montaña?

  Recomiendo mucho esos clubes de montaña que están en crisis, pero que todavía existen. Para mí es la forma ideal de acercarse a la montaña, por las excursiones que te permiten hacer a sitios que tu no conocerías si no fuera por ellos, además de por la oportunidad de aprendizaje colectivo que te proporciona. Yo los grupos a los que pertenecí me permitían caminar y relacionarme con gente con la que no lo harías de otro modo. Hace veinte años yo estaba por el camino hablando con una persona de 70 que te iba contando sobre las plantas y las flores que te encontrabas en la ruta.

-¿Se ha perdido el respeto al monte?

  Sí, sin duda. Convertimos la naturaleza en un telón de fondo para nuestros desafíos personales y apoteosis ególatras y eso pasa por perderle es respeto que se le tuvo siempre y convertirla en un instrumento a nuestro servicio que desechamos en cuanto dejamos de necesitarlo.

Una cosa que me gusta, sobre todo de excursiones con cierta dificultad, es como te obliga a superar obstáculos. Generalmente, en casi todo lo que hacemos cuando encontramos una barrera paramos o damos la vuelta. En la montaña tienes que seguir y superarlo. También me ha enseñado a conocer Asturias, mi tierra. La gente viaja a lugares alejados e interesantísimos, lo cual está muy bien, pero se pierde tesoros y maravillas que tenemos a dos horas o menos de casa. También el monte ha reforzado los vínculos de afecto y amistad que tengo con los amigos con los que voy, porque allí hay que ayudarse unos a otros, vencer obstáculos, compartir la comida, hablar de lo que ves… El monte es un nodo en el que confluyen un montón de posibilidades de aprendizaje y enriquecimiento personal.

 Que en su capitulo capítulo 10.º de la segunda de las dos partes de La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista, de Pablo Batalla Cueto

Lo que sigue es el capítulo 10.º de la segunda de las dos partes de La virtud en la montaña: vindicación de un alpinismo lento, ilustrado y anticapitalista, de Pablo Batalla Cueto, en cuyos veinte capítulos se defiende un montañismo disidente del reloj, la velocidad y el consumo frente a las múltiples apropiaciones con que el capitalismo pervierte hoy la práctica del montañismo. Este episodio concreto versa, en primer lugar, sobre cómo el montañismo puede ser un espacio para la adquisición de una conciencia feminista al proporcionar a las mujeres que lo practican una inmovilidad a que el patriarcado ha sometido históricamente a las mujeres. Trata también sobre de qué maneras impregna el machismo en la actualidad el mundo montañero, desde el acoso sexual que aseguran haber sufrido muchas escaladoras durante las expediciones hasta la presión que las mujeres reciben para que la maternidad las haga abandonar el alpinismo.

 En el capítulo se hace referencia, como a algo conocido —pues el lector ya lo ha conocido en el primer capítulo de la segunda parte, titulado «Querer es poder» y que versa sobre tres pioneras femeninas decimonónicas del alpinismo— a sendas grandes alpinistas: Annie Smith-Peck y Henriette d’Angeville. D’Angeville (1794-1871) fue la primera mujer en escalar el Mont Blanc por sus propios medios (antes lo había hecho Marie Paradis, pero llevada a hombros por escaladores masculinos), y de ella se cuenta que garabateó en la nieve de la cumbre la frase «Querer es poder». Smith-Peck (1850-1935) fue una arqueóloga, aventurera y montañera estadounidense que coronó decenas de cumbres emblemáticas de todo el mundo y desató un pequeño escándalo al escalar el Cervino en pantalones. Sufragista también, ponía sus gestas alpinistas al servicio de la causa, sabedora del eco periodístico que alcanzaban: en una ocasión, por ejemplo, clavó una bandera con el lema «Vote for woman!» en la cumbre del cerro Coropuna, en Bolivia. 

Parvaneh Kazemi empezó a escalar tarde: tenía ya treinta y cinco años cuando coronó su primera montaña: el Tochal, en los Elburz Medios, muy cerca de Teherán. Era por entonces —además de profesora de matemáticas— jugadora de bádminton, entrenadora y árbitro; pero odiaba —cuenta hoy— la tensión de la competición; «la pelea y el estrés para ganar». Al Tochal acudió aquel día de 2005 buscando, en un momento de especial agobio, una válvula de escape; «calma, algo de paz, silencio y relajación». Lo encontró efectivamente, y el Tochal, después, fue convirtiéndose para ella en un mudo psicoanalista al que acudía cada vez que necesitaba un respiro. Pronto, lo complementario devino principal; la válvula de escape, motor de la existencia. Kazemi descubrió que aquel, y no los que hasta entonces había practicado, era su deporte. Dejó el bádminton e inició una carrera que la convertiría, andados los años, en la primera mujer iraní en escalar el Muztagh Ata, el Manaslu, el Ama Dablam, el Lhotse, el Makalu y el Dhaulagiri y la primera del mundo en coronar el Everest y el Lhotse en una semana. Pero no trasladó la tensión competitiva que detestaba a esta nueva pasión: cuando hoy le preguntan cuál es su motivación para escalar, responde que, «en simples palabras, la belleza de la montaña. Un sentimiento especial cuando ves el amanecer en lo alto nunca te deja y te empuja a ir una y otra vez».

Mujer y escaladora no es un binomio fácil de anudar en Irán. La familia de Kazemi se opuso al principio a aquella nueva afición; y aunque terminó por superar ese obstáculo, siguió encontrando otro en lo imposible, para una mujer, de obtener ayuda de patrocinadores en su país. Kazemi se ha visto obligada a pagarse ella misma sus expediciones al Himalaya y aun a vender su piso a fin de financiárselas. También perdió su empleo, y hoy se gana la vida como guía de montaña. No es nada personal: las cosas no habían sido diferentes para su ídolo y referente, Leila Esfandiary, quien también vendió su casa y aparcó su carrera como microbióloga en un hospital de Teherán para consagrarse al montañismo a tiempo completo. «¡Era tan valiente! Su lema era: las mujeres iraníes podemos; podemos conseguir lo que nos propongamos a pesar de tantas dificultades. Y yo me lo creo», dice hoy una admirada Kazemi. Esfandiary falleció en 2011 en el G2, en Pakistán; y unos meses después, Kazemi ascendió al Ama Dablam con una camiseta que decía: «The Iranian women can», o sea, «las mujeres iraníes pueden». La primavera siguiente, holló el Everest y el Lhotse.

 Pero no es solo Irán. Como dice Kazemi, «una mujer en alta montaña es un poco extraño en el Himalaya todavía hoy en día». Existen, por supuesto, herederas numerosas de Annie Smith-Peck que en expediciones heroicas siguen demostrando la fortaleza del sexo débil: desde Melissa Arnot, que ha escalado el Everest seis veces, pasando por Lynn Hill, que realizó la primera ascensión en estilo libre de la vía The Nose de El Capitán, en Yosemite, hasta Edurne Pasaban, primera en coronar todos los ochomiles del Himalaya. Pero la propia Pasaban afirma que «la montaña es un mundo muy machista».

 El sexismo montañero adopta formas diversas: por ejemplo, la mayor atención prestada a las gestas de los escaladores con respecto a las de las escaladoras. O que una marca de ropa promocione su nueva temporada con un reportaje fotográfico que utiliza la escalada como ambientación, pero muestra a los hombres practicándola y a las mujeres observándolos desde abajo, sentadas. O el ‘mansplaining’ (anglicismo que ha triunfado como forma de referirse a una explicación condescendiente, por parte de un hombre, a una mujer de la que da por hecho su ignorancia) que todas las escaladoras expertas aseguran haber sufrido por parte de compañeros de menor nivel. O que la presión social para formar una familia que puede hacer, rebasada cierta edad, que se deje la escalada sea poderosísima para ellas y apenas exista para ellos. O que sea muy frecuente que de las escaladoras, en las pocas ocasiones en que sí se presta atención a sus proezas, se destaque su belleza en lugar de su fortaleza; y, más aún, que se desprecie más o menos explícitamente a aquellas a quienes el deporte ha conferido una fisonomía musculosa y se encomie paralelamente a las que conservan las formas de la feminidad canónica. Cuando se escribe «mujeres escaladoras» en el buscador de Google, la primera sugerencia del autocompletador es «mujeres escaladoras en bikini». Tal como escribiera Simone de Beauvoir en ‘El segundo sexo’, «la sociedad no pide a la ropa de la mujer y su cuerpo que señale su trascendencia, sino que haga detener las miradas. La sociedad exige a la mujer que se haga objeto erótico. La finalidad de la moda a la cual está sujeta no es revelarla como un individuo autónomo, sino desprenderla de su trascendencia para ofrecerla como una presa a los deseos masculinos; no se intenta servir a sus proyectos, sino trabarlos».

El trecho que media entre la mirada y la agresión machistas no suele ser muy largo; y no lo es en los círculos alpinísticos según un estudio que arrojó que un 47% de las escaladoras han sufrido acoso durante expediciones mixtas y una encuesta de la revista sobre escalada femenina ‘Flash Foxy’ que concluyó que un 64% de las participantes se habían sentido incómodas, insultadas o menospreciadas durante su entrenamiento.

 También hay machismo en las carreras de montaña. Lo viene denunciando Azara García de los Salmones, corredora española impulsora de una campaña titulada #NoSomosInvisibles y que persigue evidenciar el menosprecio de que siguen siendo objeto las mujeres en todos los deportes y por supuesto en este. En una entrevista para Desnivel en marzo de 2018, relataba varias experiencias propias. Así, por ejemplo, de 2016 no olvidará nunca, dice, «un viaje precioso a una carrera que me hacía mucha ilusión y que ha quedado en mi recuerdo con muy mal sabor. Inocente de mí, se me ocurrió ponerme en la primera fila de la línea de salida. De repente, empezaron a gritarme y a empujarme hasta que entendí que las mujeres teníamos que dejar salir primero a todos los hombres. Luego me miraban como si hubiera hecho algo gravísimo».

Meses más tarde, García corrió el maratón de Los 10.000 del Soplao, en su Cantabria natal. Ganó la carrera femenina y se hizo con la quinta plaza en la clasificación absoluta, pero no apareció en el vídeo resumen de la carrera. Al día siguiente, la mayor parte de los medios que cubrieron la prueba silenció también el logro. Y fue entonces cuando decidió lanzar su campaña, que, según cuenta, «ha ido creciendo y ahora muchas chicas se ponen en contacto conmigo para que les ayudes a denunciar». ¿Denuncias como cuáles? Premios más cuantiosos para los hombres o el caso de Rafaela Román, que resultó vencedora del Ultra Trail Sierras del Bandolero en 2016 después de veintiuna horas y cuarenta minutos de esfuerzo bajo la lluvia, pero a quien nadie esperaba en la meta a su llegada. No había ‘speaker’ y le tuvo que poner la medalla su propia pareja. Al ganador masculino, sin embargo, lo recibieron en olor de multitudes. Y «lo peor de todo —dice Azara García— es que la primera reacción siempre es intentar buscar justificaciones, excusas, cuando lo que hay detrás es un machismo tan extendido que a veces hasta pasa desapercibido». Por otro lado, el porcentaje de mujeres apuntadas a las carreras suele rondar el diez por ciento, y a veces es aún menor.

Chus Lago, segunda española en coronar el Everest (en 1999; Araceli Segarra lo había hecho ya en 1996) y primera en alcanzar el Polo Sur en solitario (en 2009), también ha sufrido el sexismo montañero. «Cuando regresé de mi expedición en el Everest, recuerdo que me dedicaron un espacio muy pequeño en la esquina de la portada de un periódico o una revista. Y la foto de la portada era la de una ‘miss’. Una vez más, a las mujeres se nos valora por nuestra apariencia», relata por ejemplo. Lago, por cierto, es una persona interesada en la política: en las elecciones municipales de 2007 concurrió como número dos en la lista socialista para el Ayuntamiento de Vigo, y fue nombrada después concejal de Medio Ambiente; y en 2016 inició una campaña llamada ‘Compromiso con la tierra’ que aquel año la llevó a Laponia, en 2017 a Canadá —donde realizó en compañía de Verónica Romero y Rocío García la primera travesía femenina del casquete glaciar de Barnes, en la isla de Baffin—, en 2018 a Groenlandia y en 2019 al lago Baikal, siempre con el doble objetivo declarado de concienciar sobre el cambio climático y servir de inspiración a otras mujeres. También es Lago una mujer de notable sensibilidad, que dice cosas como esta cuando se la entrevista, casi preliteraria y prefilosófica y que recuerda a algunos pasajes de los poetas románticos: «¡Qué paisajes! Ese hielo, saber que la población más cercana está lejísimos, que no hay otras expediciones, que no hay nada… y luego, los contrastes del hielo… Es que el paisaje es bello; dan ganas de arrodillarte y decir «entiendo por qué la gente tiene dioses y reza». Este lugar es bellísimo. Ves paredones impresionantes que salen del hielo como si fueran cortados con un cuchillo y abajo el fiordo o el lago con los icebergs que se han quedado presos hasta el verano. No hay ni un animal ni nada… El cielo es azul, el hielo es azul, la noche es breve y el amanecer se queda enganchado allí durante horas. Es bellísimo».

Como Parvaneh Kazemi y Leila Esfandiary, o en otro tiempo Henriette d’Angeville y Annie Smith-Peck, Chus Lago asume con naturalidad la dimensión política que inevitablemente adquieren sus hazañas. «La sociedad necesita referentes femeninos. En pleno siglo XXI, las figuras femeninas son necesarias en cualquier ámbito: aventura, exploración, deporte… Es necesario que las mujeres den un paso adelante; que se visualicen», dice. Cualquier heroicidad alpinística femenina sigue siendo en el siglo XXI, como lo fuera la ascensión al Mont Blanc de D’Angeville, la proclamación orgullosa de un «querer es poder»; una refutación pertinazmente necesaria del Rousseau que —repugnantemente machista como lo han sido tantos hombres brillantes— decía que «las mujeres deben aprender muchas cosas, pero solo las que conviene que sepan […]. Dad sin escrúpulos una educación de mujer a las mujeres, procurad que amen las labores de su sexo, que sean modestas, que sepan guardar y gobernar su casa […]. Las impetuosidades deben ser aplacadas, puesto que son la causa de muchos vicios propios de las mujeres. No debéis consentir que no conozcan el freno durante un solo instante de su vida. Acostumbradlas a que se vean interrumpidas en sus juegos y a que se las llame para otras ocupaciones sin que murmuren».

Visualizarse como Chus Lago ruega a las montañeras es lo que han hecho, en Bolivia, las Cholitas Escaladoras, un grupo de mujeres de etnia aimara que ha dedicado los últimos años a ascender montañas con el fin de atraer la atención sobre la doble problemática femenina e indígena en una nación que solo recientemente ha comenzado a sacudirse siglos de opresión machista y blanca. Las mujeres del grupo, ‘cholitas’ (término condescendiente empleado para referirse a las indígenas), eran cocineras y porteadoras en el Huayna Potosí, uno de los cerros icónicos de Bolivia, de 6088 metros, pero nunca pasaban de Campo Alto, campamento situado a 5100 metros en el cual se pernocta antes de hacer cumbre. En un momento dado se preguntaron: ¿por qué no ir más allá? «Yo veía a los turistas regresar cada vez, contentos los que habían logrado hacer cumbre y tristes los que no. Cada cliente que bajaba de la montaña nos preguntaba: ¿y tú? ¿Ya subiste al Huayna Potosí, o al Illimani o a cualquier otra montaña? Y teníamos que decirles que no, pero cada vez nos fue creciendo más la curiosidad sobre cómo sería llegar arriba», cuenta Lidia Huayllas, miembro del grupo.

Las Cholitas Escaladoras ascendieron en primer lugar aquella montaña que tantas veces habían dejado a medias. Después, animadas por su éxito, encaminaron sus pasos hacia otros cerros ilustres: Illimani, Parinacota, Prapami o Sajama, el más alto de Bolivia. Y después pasaron a buscar desafíos mayores fuera del país. El 14 de enero de 2019, Analía Gonzáles y Elena Quispe, miembros del grupo, se convirtieron en las primeras mujeres indígenas de América Latina en coronar el Aconcagua. Mientras se escriben estas líneas, las Cholitas preparan una expedición al Everest.

 Todo es maravillosamente refrescante en lo que respecta a las Cholitas Escaladoras, de quienes lo primero que llama la atención es que acometen sus expediciones con sus atavíos tradicionales: pollera (falda de colores), sombrero de hongo y un mantón que utilizan tanto para arroparse como a fin de acarrear objetos. «Para hacer las cumbres no hemos dejado nuestra vestimenta, porque es lo que siempre nos ha caracterizado. Tampoco podríamos dejarla», explica Lidia Huayllas, coordinadora del grupo, que en las expediciones más concurridas ha sido de dieciséis mujeres y en las menos, de cinco. Cuando coronan una cumbre, se fotografían desplegando la ‘wiphala’, bandera cuadrangular de siete colores que es la étnica del pueblo aimara y fue reconocida como símbolo del Estado boliviano, en pie de igualdad con la bandera tricolor roja, amarilla y verde, por la Constitución de 2008. Y también es una delicia leer cómo estas mujeres valerosas explican su proceso de adquisición de confianza. Así lo hace, por ejemplo, Dora Magueño: «Yo también empecé como cocinera y tenía miedo al principio cuando subía a Campo Alto, pero no por la altura, sino porque pensaba que lo que yo cocinaba a los turistas no les iba a gustar. Así que empecé con temor. Luego me fui habituando a la montaña y me fueron creciendo las ganas, ahora lo disfruto, cómo brillan las estrellas de noche y el silencio que hay allá arriba, pero sobre todo llegar… Llegar es lo mejor. Es una felicidad difícil de explicar».

Se podría decir que la montaña ha sido para las Cholitas Escaladoras la habitación propia (una del tamaño del mundo) por la que suspiraba Virginia Woolf o lo que en una entrevista concedida a Suzanne Pagé y Béatrice Parent explicaba la artista francesa Louise Bourgeois con respecto a su taller: «Cuando yo me siento desanimada en mis relaciones con mi familia y amigos, encuentro refugio en el taller. Allí, mis obras me dan energía. Ellas son una especie de energía que me permite abordar la vida cotidiana, que encuentro muy difícil. El taller es siempre el pasaje de lo pasivo a lo activo». No otra cosa es el feminismo en general que ese pasaje de la pasividad a la acción; que romper los grilletes que la poetisa Faith Wilding describió de este modo en 1972: «Esperando a que mis pechos crezcan./ Esperando para casarme./ Esperando a coger en brazos a mi bebé./ Esperando a que me salga la primera cana./ Esperando a que mi cuerpo se deteriore, a ponerme fea./ Esperando a que mis pechos se marchiten./ Esperando una visita de mis hijos, una carta./ Esperando enfermar./ Esperando el sueño». De dejar de esperar se trata, de adjudicarse a una misma las riendas de la vida propia y de galopar; de todo ello en este siglo que, solo superficiales y en cualquier caso precarias todas sus aparentes emancipaciones, apegado todavía a un imaginario masculino del aventurero, continúa encontrando insólita, cuando no disparatada, la imagen de una mujer atravesando sola el Polo Sur o ascendiendo el Everest.

Los anuncios machistas de hombres escalando y mujeres observándolos renuevan con brillo de papel cuché un linaje antiquísimo de mitos naturalizadores del orden patriarcal; actualizan a Adán y Eva, a Tiamat y Marduk o al Ulises veinte años ausente mientras Penélope lo espera, paciente, en Ítaca, tejiendo y destejiendo una y otra vez su telar para excusarse ante sus admiradores pese a ignorar el paradero de su marido, si vivía o no y si no podía o quería regresar. Sigue sacralizando el presente a la mujer quieta, pasiva, obediente, como el telar de Penélope; y al hombre móvil, activo, bélico, aventurero, como el barco de Odiseo batiéndose en las mareas y tempestades del Mediterráneo. En el mundo clásico no era posible, no podía serlo, y aún hoy cuesta que lo sea, una Ulises mujer; una argonauta femenina como Chus Lago. Y si por un descuido llegaba a serlo, la osadía se penalizaba rápidamente. Fue lo que sucedió con Egeria del Bierzo, una peregrina medieval hispana que a finales del siglo IV atravesó Europa en un viaje de varios años para conocer los Santos Lugares, escribiendo además el primer libro de viajes femenino conocido. Egeria —relató Valerio del Bierzo—, «inflamada con el deseo de la divina gracia y ayudada por la virtud de la majestad del Señor, emprendió con intrépido corazón y con todas sus fuerzas un larguísimo viaje por todo el orbe». No mucho después, la Iglesia comenzó a penalizar la peregrinación femenina. Eran los tiempos en que los Padres escribían —esta es de Tertuliano— cosas como esta: «¿Y no sabes tú que eres una Eva? La sentencia de Dios sobre este sexo tuyo vive en esta era: la culpa debe necesariamente vivir también. Tú eres la puerta del demonio; eres la que quebró el sello de aquel árbol prohibido; eres la primera desertora de la ley divina; eres la que convenció a aquel a quien el diablo no fue suficientemente valiente para atacar. Así de fácil destruiste la imagen de Dios, el hombre. A causa de tu deserción, incluso el Hijo de Dios tuvo que morir».


Corrieron los siglos y estos dogales fueron aflojándose, pero otros nuevos vinieron a sustituirlos. Silvia Federici expone en ‘Calibán y la bruja’ cómo el capitalismo temprano, allá por los siglos XVI y XVII, desarrolló el estereotipo de la bruja para atornillar a las mujeres al espacio doméstico después de una época, la Baja Edad Media, que, como Federici también demuestra, había significado una cierta liberación. Se perseguía penalizar a aquellas que no cumplían lo que se necesitaba del sexo femenino: amas de casa que cuidaran abnegadamente a los trabajadores de las nacientes fábricas y los parieran. La bruja era una anciana —infértil por lo tanto— que viajaba de aquí a allá con su escoba y elaboraba pociones con las que envenenaba a los niños: referencia evidente a los métodos contraceptivos naturales que las mujeres venían utilizando desde hacía milenios. En contrapartida, en la misma época la representación artística de vírgenes lactantes experimentó un auge que no era casual en absoluto, porque el arte que una época dada produce nunca lo es. «La sociedad —explica Susana Carro— tachaba de anómala o de enferma a cualquier mujer que intentara superar el restringido horizonte de la procreación abriéndose a los vastos confines de la creación».

Solo en los siglos XIX y XX algunas mujeres comenzaron de nuevo, tímidamente, a recorrer los caminos, aunque, como expone Cristina Morató en ‘Viajeras, intrépidas y aventureras’, a las que respondían a esos tres adjetivos no se las dejó de tachar de locas, excéntricas, marimachos o ridículas durante mucho tiempo. Mari Carmen Arribas Quer, alpinista española nacida en 1929 y orlada con un impresionante historial de escaladas en los Alpes y los Dolomitas, incluido el Cervino, recuerda todavía cómo aquellas gestas de los años cincuenta hacían que se la llamara justamente eso: ‘marimacho’. Las leyes jurídicas ya no le impedían salir del hogar y experimentar por sí misma la magia de los largos días, pero las leyes sociales —pertinaces, deslizadizas— viven su propia vida y tardan mucho más en derogarse.

 En una ocasión preguntaron a Arribas si alguna vez había sentido miedo en la montaña. Respondió esto: «Nunca lo he sentido. En el Cervino tuve que hacer un paso dificultoso porque a Aníbal [su marido] le daba terror y le dije: “Quita, quita, quita”. Me puse al tran tran y pum, pum, pum, lo pasé». ‘Tran, tran; pum, pum’. Como el agua toda del océano en un pequeño pozo de arena en cierta alegoría teológica de san Agustín, milenios de lucha caben en esas onomatopeyas. En ese ‘tran, tran, pum, pum’ se hallan las mujeres todavía hoy; en que, periclitada ya la edad de los héroes, perdure sin embargo el relámpago memorable de una edad de las heroínas y las ensanchadoras de horizontes. Sigue siendo este para ellas, parafraseando el ‘A cántaros’ de Pablo Guerrero, «tiempo de vivir y de soñar y de creer». De vivir, soñar y creer en esto que escribiera Amantine de Dudevant, bajo el seudónimo masculino George Sand, en 1855: «Vivir de este modo en la soledad de las montañas sublimes […], por encima, moralmente y realmente, de la región de las tormentas, solo o con amigos de igual estilo, en presencia de Dios; estar acorde con la vida física, con los lobos y los osos, con los peligros del aislamiento y los furores de la tempestad, para sentirnos, como el animal que somos, ingenioso, ágil, valiente y fuerte; tener para uno largas horas de recogimiento, la contemplación del cielo estrellado, los ruidos mágicos del desierto, la posesión de aquello que hay de más bello en la creación unida a la posesión de uno mismo».

 Sobre extremo

El Colorao, El Trispi, Kike Babas, Fredi El Punki, Kike Turrón, El Coca… Todos personajes reales del barrio madrileño de Hortaleza. Todos tipos que se movían en los bordes de la marginalidad. Todos jóvenes buscando una banda sonora a su etapa más festiva y tóxica. Y todos se agarraron a las canciones de Extremoduro, claro. Estos chavales fueron el primer aliento en la carrera del grupo de Robe Iniesta. Un músico que se formó en el margen truculento, que tuvo la suficiente sobriedad como para potenciar su talento para hacer canciones, que conectó con la calle primero, y que después se ganó a los críticos refinados que en un primer momento no tragaron su ruda honestidad. Y justo ahora que Extremoduro ha logrado ser lo más radical que entra en los salones de los españoles, justo ahora que es el grupo que reivindican los políticos en su Twitter cuando quieren empatizar con el pueblo, el grupo acaba de anunciar que lo deja. Así funciona Robe Iniesta, así es su historia.

 "Estuve cuatro años por ahí dando tumbos. Pero tumbos auténticos. Iba con mi bulldog 'Angelito' de ciudad en ciudad. A veces dormía en casas de colegas y otras nos buscábamos la vida"

Robe Iniesta, en 1996, en una entrevista con 'El País de las Tentaciones'

Año 1989. Robe Iniesta (Plasencia, Cáceres, 57 años) tiene un plan: salir de la marginalidad y triunfar con sus canciones, de cuyo potencial es absolutamente consciente. Realiza una grabación casera con algunas de sus obras: Extremaydura, Jesucristo García, Romperás, La hoguera…Viaja a Madrid para mover la casete. Se dirige a Hortaleza, zona norte de la ciudad, donde vive su primo, El Coca.

"Robe tenía 27 o 28 años, 10 años más que nosotros. Pero incluso parecía que tenía 10 más. Se veía que había vivido mucho. Ya tenía dos hijos, decía que era un exyonqui… Mucha vida", recuerda uno de aquellos chavales del barrio, Kike Babas, hoy con 50 años. Iniesta llevaba a gala el macarreo, la toxicidad y la provocación.

La casete de Extremoduro se convierte en la más pinchada en las tabernas de este barrio obrero de la capital. Esa música visceral era el secreto personal de estas pandillas. Iniesta había testado sus composiciones en alguna sala pequeña de Plasencia, su ciudad, y la gente había respondido positivamente. Pero para triunfar el camino era Madrid. Y Robe, sobre todas las cosas, ambicionaba tener éxito con su música.

El primer concierto de Extremoduro en Madrid fue en 1989 en la céntrica sala Jácara, dentro de un concurso de bandas nuevas patrocinado por Yamaha. Tocaron tres canciones ante un jurado donde estaban Pablo Carbonell y Bibi Andersen. Quedaron los terceros, a pesar de recibir el voto de Carbonell. Ganaron unos heavies imitadores de Europe enfundados en mallas. Una humillación para el ego del músico extremeño. Fue más duro el segundo recital. "Era una discoteca de un pueblo por el norte de Madrid, creo que Alcobendas. Fuimos solo 30 personas, la panda de Hortaleza: El Trispi, Fredi El Punki, El Coca... Robe estaba desolado al final por la poca asistencia. Lo recuerdo fuera de la sala, encogido. Me dijo: 'Tío, esto no sale. No sale", rememora Kike Babas, con el que ya había entablado amistad.

Poco después consiguió el dinero para grabar su primer disco. Inventó el crowdfunding: vendía papeletas a los colegas por 1.000 pesetas a cambio del disco… cuando estuviera hecho. Lo grabó, entregó el álbum a sus creyentes y, a partir de ahí, todo fue en ascenso.


¿Por qué Robe y no otro? Posiblemente por el componente emocional de sus canciones. Sus influencias eran Leño, Barricada o Los Suaves, pero su música exhibía una característica original. Manuel Ramone, ilustrador de tres de los discos de Extremoduro (Pedrá, 1995; Agila,1996, y el directo de expeditivo título Iros todos a tomar por culo, 1997) apunta una de las claves: "Nunca nadie había hablado con esa naturalidad del amor. De forma descarnada, directa, visceral. En realidad es el mismo lenguaje que se habla en la calle, y él lo dota de poesía".

Pronto empieza la llamada etapa del caos, en los primeros noventa. Conciertos descontrolados, letras de canciones que se olvidan, perros en el escenario, demasiado alcohol y sustancias. Viajan incluso con un camello. Extremoduro era la nueva reencarnación de Atila: dejaban a su paso un paisaje calcinado. Iniesta se apunta a la juerga, pero durante las resacas piensa que está jugando con fuego: su objetivo sigue siendo trascender como artista, no solo pasárselo bien. Por esta época se separa de su pareja. "Estuve cuatro años por ahí dando tumbos. Pero tumbos auténticos. Iba con mi bulldog Angelito de ciudad en ciudad. A veces dormía en casas de colegas y otras nos buscábamos la vida", dijo a este periodista en 1996 en una entrevista para El País de Las Tentaciones.

 En ese mismo encuentro declaró: "Necesito la droga para componer. No me meto caballo. Mucha gente está empeñada en que soy yonqui, pero no es verdad. Solo me pongo… lo normal". Y continúa: "La droga no es mala. Los malos son los hombres y sus acciones. Es como si pegas un tiro a alguien y le echas la culpa a la bala". En 2007, en una entrevista en EP3, señaló: "Dejé la heroína mucho antes de empezar con Extremoduro… Le eché cojones y la dejé solo. Siempre he hecho todo solo".

 Todo cambió con la edición de Agila, en 1996. Iñaki Antón Uoho ya formaba parte del grupo y se encarga de la producción. El guitarrista de Platero y Tú pone orden en la dispersión de Iniesta, encauza su genialidad y limpia su sonido cutre. No fue fácil. "Aquello era una casa de locos. Tenía que organizar toda esa anarquía: uno desaparecía del estudio, el otro tocaba muy puesto e iba demasiado deprisa. Pero también fue divertido", comentó Uhoho a este periodista para el libro 201 discos para engancharse al pop/rock español (editorial Fundación Autor).

"La razón por la que no quiere conceder entrevistas es por la inseguridad que tiene por no dar la talla", dice una persona que ha trabajado con él.

Robe se acababa de comprar una caravana. "Me decía: 'Iñaki, cómo voy a pagar la caravana'. Y yo le dije: 'No te preocupes: la vas a poder pagar". Uhoho acertó: Agila fue un éxito de ventas e incluso algunas canciones sonaron en Los 40 Principales. Poco antes el cantante había conocido a Ramone. Entablaron amistad, cómo no, en los bares. "Era una etapa muy buena. Extremoduro estaba en vías de profesionalizarse. Conservaban ese punto gamberro, pero a la vez no descontrolaban mucho. Salíamos mucho de noche, a echarnos unos cantes. Robe llevaba siempre una grabadora pequeña, de casete. Y cuando se le ocurría una idea de letra o de música la grababa. Tenía un gran sentido del humor. Un tipo lúcido y rebelde", relata Ramone.

Era 1997 y la etapa del caos debía tocar a su fin: los pabellones repletos exigían un directo competente y estaban en una compañía con recursos. David Bonilla trabajó con ellos durante unos años. Hoy continúa en Warner: "Mucha gente tilda de desconfiado a Robe, pero no me parece una mala virtud, todo lo contrario. Trabajando siempre ha sido muy profesional, perfeccionista, y cada cosa que hacía se meditaba mucho".

Iniesta ordena su vida: deja los vicios severos y vuelve a vivir con su pareja y sus dos hijos, primero en Granada y luego en el País Vasco. Empieza a leer, sobre todo poesía. Su paleta va desde los autores underground que encuentra en los bares (Sor Kampana, Chinato…) a las referencias clásicas (Machado, Neruda, Miguel Hernández…). Según va aumentando su éxito va disminuyendo su predisposición mediática. "La razón por la que no quiere conceder entrevistas es por la inseguridad que tiene por no dar la talla", dice una persona que ha trabajado con él que prefiere mantener el anonimato. Iniesta gana adeptos en el silencio y genera misterio con su hermetismo.

"La droga no es mala. Los malos son los hombres y sus acciones. Es como si pegas un tiro a alguien y le echas la culpa a la bala"
Robe Iniesta

Los consultados destacan su olfato empresarial. Saca discos cada tres o cuatro años, seguidos casi siempre de giras. Entremedias se borra. Cuando anuncia su vuelta, su público, ansioso, le recibe rendido. Una estrategia inédita en el rock y solo comparada en el pop con Manolo García.

 Con el viento soplando a favor, en 2003 hay un fundido en negro. O mejor dicho: una hoja en blanco. El grifo de la inspiración para hacer canciones se corta. Es cuando el músico decide poner en marcha el mayor reto artístico de su vida: escribir una novela. Antes se apuntó en un curso de la UNED (Universidad Nacional de Educación a Distancia) de gramática y ortografía. Tenía 40 años. “Estaba totalmente frustrado. La primera noche lo pasas mal, pero si empiezas a sumar noches y llegas hasta seis años, es como un pozo”, contó sobre su incapacidad de hacer canciones a este periodista en 2008 en una entrevista para EL PAÍS.


La prosa, sin embargo, fluye, aunque lentamente. La novela se publica en 2009: El viaje íntimo de la locura (Autor Editor), una originalísima historia de liberación individual. El músico empieza a acumular lectura en su mesilla de noche: “Soy un lector tardío y tiene su parte buena, porque puedo coger de todos los territorios. Ahora leo todas las noches. Me sienta bien. Y varío: si me he leído una novela de acción, luego cojo una biografía y más tarde a Cicerón”. También estudia latín. “Me divierte hacer traducciones", me comentó en aquella entrevista, para luego dejar una frase digna de estudio: "Es falso que el saber no ocupe lugar. Si te tiras cuatro horas estudiando, te ocupa lugar y tiempo”.
Ahora, Extremoduro cierra la verja con una gira de despedida en 2020. Dicen que se van porque "no hay compenetración" entre los componentes. Otra de sus fechorías: Extremoduro es Robe Iniesta. Quizá la realidad sea que seguramente es consciente de que su música, sobre todo la de los primeros discos, está demasiado condicionada por ser la banda sonora de las noches juveniles. Pasado ese trance corre el riesgo de caducar. Tanto es consciente de ello que lleva ya dos discos en solitario bastante más sofisticados, recibidos muy positivamente por aquellos seguidores suyos que ya han crecido. Hoy, actúa en teatros, riñe a los que intentan grabar con el móvil y en algunos recintos no permite que se consuma alcohol en las butacas.

Iniesta tiene hoy 57 años, dos hijos ya treintañeros, una vida desahogada y sencilla con su pareja de siempre y le han concedido, en 2014, la Medalla de Extremadura. Incluso acudió al solemne acto. Él, que siempre vio en los políticos al demonio. "Pensé en no venir, pero ese día no tenía nada mejor que hacer", se justificó.


Alguien que estuvo comiendo con él hace un par de semanas dice que básicamente consumió agua: "Éramos un grupo grande y solo en los brindis se echó en un vaso de casera tres gotitas de vino". La comida fue en Madrid. Llegó en coche con su pareja, almorzaron con los amigos y se marcharon, también en su vehículo, a su vivienda del norte. Ya no le gusta dormir fuera de casa